viernes, 3 de febrero de 2012

Cuando somos tres

En casa convivimos mi hijo, su dislexia y yo. Y es que en muchas ocasiones esta diferencia entre su manera de ver el mundo y la mía ha creado situaciones bastante tensas. Pero todo por no ser consciente de que hay mil maneras de aprender, mil maneras de intersarse por las cosas y mil maneras de entender. 

Hoy en día el acceso a la información, a la cultura en general, es más accesible, y la manera de llegar a ella muy variada. Pero aún así seguimos basandonos primeramente en saber leer y escribir, luego ir rellenando nuestro cerebro de datos concretos y en el orden en que nos dicen que tienen que ir. 


Cuando convives con la dislexia toda esta estructura se desestabiliza, se vuelve incluso dañina y hay que buscar nuevas formas de llegar al mismo punto, pero por diferentes caminos. Entender esto puede costar, sobre todo cuando tienes tan interiorizado todo el sistema, tal como nos ha pasado durante toda nuestra vida de estudiantes. Parece que hay que seguir un guión establecido para poder llegar a esas ansiadas metas que nos proponen siempre desde fuera. Salirse de él puede considerarse fracaso, o peor incluso, intentar poner en jaque todo un sistema perfectamente organizado y que no admite error por ningún lado. Para ello está toda la sociedad, o al menos una inmesa mayoría, que tiene precisamente la función de intentar que el rebaño siga así, unido y sin desvisase de ese camino perfectamente señalado por el que todos tenemos que pasar.


En mi caso me he encontrado con lo que comunmente llamarían un claro caso de fracaso escolar, un niño desmotivado, disperso, que no presta atención a lo que otros quieren que aprenda, que suele ser contrario a sus intereses e inquietudes. Quizá no solamente su dislexia propiciase esto, en algunos colectivos sería definido también como un niño con déficit de atención. Su futuro podría verse claro, puesto que le cuesta seguir cualquier norma que para él carezca de sentido, o estar atento a explicaciones que en ese momento no le interesan lo más mínimo. No creo en la fuerza, así que me es imposible "obligarle" a hacer nada que vaya contra su propia naturaleza, y por experiencia también añadiré que no serviría absolutamente de nada. 


Así que el objetivo claro también está en adaptar el aprendizaje de todo en sus necesidades, sus intereses y sobre todo hacerlo de forma que no se sienta menos inteligente que el resto. Porque las etiquetas suelen tener ese efecto tan negativo en las personas. No nos engañemos, leer antes o después no es problema, llegará un momento en que el interés sobre lo que hay escrito sea mayor que la dificultad que encuentra para descifrar la palabra escrita, que realmente es lo que tienen que hacer las personas con dislexia, enfrentarse a un jeroglífico diario.  


Con paciencia, dejándole a su ritmo, sin presiones, acaba haciendo lo que todos esperan con tata ansia que haga, leer. Cuando ves que está superando su propio muro, cuando va teniendo armas desarrolladas por él mismo, cuando su autoestima sube porque se ve capaz y sin necesitar ayuda externa, ahí es cuando ha ganado una de las tantas batallas con las que tendrá que lidiar toda su vida, puesto que su dislexia le acompañará siempre, y por eso le hace ser un niño tan especial.

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